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Madrid es una palabra con reminiscencias ambiguas en el imaginario de muchos y de muchas. Para una gran mayoría ciudadana, Madrid simboliza el poder y a través de él, toda una maquinaria de represión. Sus instituciones políticas y sus distintas administraciones hicieron que, durante años, fuera también un escenario hostil para Fermin Muguruza, vetado, censurado y proscrito de los escenarios de la capital estatal.
Pero una cosa es Madrid y otra muy distinta los madrileños, porque en una urbe tan inabarcable y plural, caben muchas sensibilidades y muchos perfiles y eso es algo que el músico irundarra conoce de primera mano. Porque en Madrid también ha encontrado focos de solidaridad en los momentos más difíciles de su trayectoria, como cuando aquel general de la Guardia Civil de infausto recuerdo demandó a Negu Gorriak. Este y otros episodios fueron evocados por Fermín Muguruza en el concierto que anoche ofreció en el Movistar Arena ante más de 14.000 personas totalmente entregadas.
La de ayer era una fecha marcada en rojo en el calendario de conciertos que Muguruza está ofreciendo para conmemorar sus 40 años en los escenarios. En cierto modo, se trataba de un concierto de desquite, de una oportunidad para reconciliarse con ese número significativo de madrileños que siempre han hecho del antifascismo bandera y que llevan siguiendo al irundarra desde los tiempos de Kortatu. De ahí que Fermín se vaciara desde el escenario y que el público respondiera con un frenesí pocas veces visto.
En este contexto la palabra akelarre cobró todo su sentido en varios momentos del recital, en los que los espectadores entraron en ebullición dejándose levar por los acordes de temas míticos como ‘Nicaragua sandinista’ (cantada a dúo con el grupo Tremenda Jauría, que previamente había ejercido como telonero) o ‘Sarri, sarri’, que clausuró el concierto con la presencia en el escenario de Itziar Ituño, y que Muguruza presentó como un tema emblema de cara a reivindicar la libertad de expresión.
No fue la única reivindicación que aconteció anoche en el Movistar Arena. Fiel a su militancia, Muguruza sintonizó con el público abrazando la causa palestina, denunciando el expolio al que Occidente somete a la República Democrática del Congo o acordándose del pueblo kurdo. Pero la mayor reivindicación fue la reivindicación musical, porque lo que diferencia un akelarre de una homilía es, justamente, su esencia lúdica y hedonista. Y esa fue la apuesta de Fermín Muguruza y de su banda, una banda donde los metales y las percusiones llevaron el peso con una precisión encomiable y donde el trikitilari Xabi Solano tuvo varios momentos de lucimiento para deleite del respetable.
La comunión entre los que estaban arriba y abajo del escenario fue de tal calado que, tanto en la pista como en las gradas, la gente no paró de bailar. Y es que, como comentó el propio Fermín, tras acabar de interpretar ‘La línea del frente’: «Hay que seguir bailando». Porque bailar acaso sea la forma más gozosa de resistencia y ese, y no otro, fue el argumento en torno al cual el músico armó su akelarre madrileño.
Resistencia frente al fascismo, claro, («Madrid será, la tumba del fascismo», se oyó corear al público en varios momentos del recital), pero también frente al pensamiento dominante y frente a la cultura hegemónica. Resistencia frente a ese bastardeado concepto de libertad que defienden figuras como Ayuso (para la que Muguruza también tuvo unas palabras a cuenta de su gestión de las residencias de ancianos madrileñas durante el covid) y frente al relato que nos quieren imponer.
Y, para rebelarse contra todo ello nada mejor que abrazar la multiculturalidad que atesora el repertorio de Fermín, una multiculturalidad que tiene su razón de ser en la defensa de las propias raíces, de la propia cultura. Pocos temas ilustran de una manera tan exacta esta premisa como ‘Black is beltza’, que Muguruza cantó acompañado de la cantante madrileña (de origen ecuatoguineano) Begoña Bang-Matu, la cual se refirió a él como maestro.
No fue la única invitada que se rindió ante el ascendiente del músico de Irun, Karlos Animal, vocalista de la banda madrileña Non servium, acompañó a Fermín en la interpretación de ‘Etxerat, Zu atrapatu arte’, en lo que fue uno de los momentos más celebrados de la velada junto con la aparición del bertsolari Jon Maia. En esa idea de hermanar a Madrid y a Euskal Herria en la defensa del antifascismo, Maia improvisó, por primera vez en castellano, unos versos que ponían en valor ese vínculo apelando a figuras históricas de la cultura y la política vasca como Jose Maria Iparagirre o Dolores Ibarruri, que encontraron en Madrid el escenario idóneo para sus proclamas (la interpretación de ‘Gernikako Arbola’ el primero, el grito de ‘¡No pasarán!’ la segunda).
Fueron tres horas de música, militancia, alegría y encuentro. Encuentro entre un músico al que, a estas alturas, nadie puede discutirle su condición de leyenda, y un público que ha podido disfrutar de él menos de lo que habría deseado gracias a la abyección de sus políticos, al afán de protagonismo de ese gremio mezquino empeñado en erigirse en custodios de la moral, privando a sus ciudadanos de la posibilidad de celebrar a un intérprete, como Fermin Muguruza, que anoche se desquitó ofreciendo a su legión de fans madrileños el concierto que llevaban años queriendo disfrutar.
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