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El Salto Diario | Iker Barbero ➝
Racist politics kill, not the river” es el subtítulo e idea fuerte del documental ‘Bidasoa 2018-2023’. Busca romper el estigma de culpabilidad que social y mediáticamente se ha atribuido al fronterizo río Bidasoa, en Euskal Herria, entre los Estado español y francés. Desde abril de 2021, diez personas han muerto intentando cruzar esa frontera. Lo que mata a migrantes son los intensos y omnipresentes controles racistas de la policía francesa que abocan a los migrantes a cruzar la frontera por lugares cada vez más peligrosos: las aguas turbulentas del rio, las vías del tren transfronterizo o los escarpados caminos de las montañas rivereñas.
Son precisamente los periplos migratorios de esas personas fallecidas los que, en formato cinematográfico de animación, salpican con dosis de realismo crudo el documental. Eran muchachos jóvenes que, como muchos otros miles, habían dejado sus casas, sus familia y amigos en Eritrea, Guinea Conakri, Costa de Marfil, Senegal o Argelia con rumbo a los países del centro-norte de Europa, principalmente Francia (la colonizadora ‘madre patria’ para muchos de ellos), Alemania o Reino Unido.
Esa idea, “no culpéis al río”, es perfectamente trasladable al mar Mediterráneo o al Océano Atlántico donde miles de personas mueren ahogadas (se han convertido en gigantes fosas comunes) como consecuencia de las políticas europeas de control de fronteras y lucha contra la llegada de migrantes en precarias embarcaciones. El nuevo Pacto Europeo de Inmigración y Asilo no augura un escenario más alentador. Y la tragedia sería aún mayor de no ser por organizaciones de salvamento marítimo humanitario como Aitamari, Open Arms, Oceans Viking, entre otras, que rescatan migrantes a la deriva, “contra viento y marea” y contra los gobiernos (la Unión Europea, Italia, Grecia, Malta, España…y Marruecos, Libia o Turquía) que les dificultan su labor con trabas burocráticas, multas y detenciones.
El mar Mediterráneo o al océano Atlántico donde miles de personas mueren ahogadas se han convertido en gigantes fosas comunes
El protagonista del documental, el río Bidasoa, nace en las montañas de la cordillera de los Pirineos y sus últimos diez kilómetros dibujan la línea de demarcación fronteriza en los Estados español y francés, para desembocar finalmente en el golfo de Bizkaia, en el océano Atlántico. Curiosamente, en ese estuario su ubica la isla de los Faisanes, el condominio más pequeño del mundo (la propiedad pasa de un Estado a otro cada seis meses) y donde el 7 de noviembre de 1659 se firmó el Tratado de los Pirineos, por el cual se ponía fin a la guerra entre España y Francia. Desde entonces, los Pirineos pasaron a ser la frontera entre ambos países. Y desde entonces también, las aguas del Bidasoa han sido el escenario de cruce constante de personas y mercancías, no siempre de acorde a la ley. Surgió así la figura del contrabandista (o mugalari), generalmente hombres (aunque también muchas mujeres), que aprovechando la oscuridad de la noche (por eso se le llamaba gau-lana, el trabajo de la noche), pasaban mercaderías para evitar los fuertes aranceles y proveer de materiales a las industrias en los momentos de mayor autarquía.
Pero no solo se pasaban mercancías, también personas. Aprovechándo esa destreza de los mugalaris, durante la Segunda Guerra Mundial se estableció la Red Comète, toda un operación transnacional desde Bélgica hasta Gibraltar, pasando por el Bidasoa, para rescatar pilotos aliados derribados en Francia así como refugiados judíos que huían del nazismo. Hannah Arendt, tras permanecer entre mayo y junio de 1940 en el cercano campo de concentración de Gurs (o el “campo de los Vascos”, ya que fueron los republicanos vascos a los primeros que retuvieron), pasó de una manera similar, pero por la frontera catalana, ayudada de la activista y pasadora Lisa Fittko. Años más tarde, fueron numerosos los portugueses que cruzaron el Bidasoa tras escapar de la dictadura de Salazar en busca de una vida mejor en Francia. “O Salto” (el salto, en portugués) le llamaban a ese cruce. Fueron también demasiados los que perecieron ahogados en el intento. En los años 60-70, los encontronazos con la policía generalmente acaban con militantes vascos detenidos o disparados por portar propaganda o libros prohibidos por la dictadura de Franco.
En los años 60-70, los encontronazos con la policía generalmente acaban con militantes vascos detenidos o disparados por portar propaganda o libros prohibidos por la dictadura de Franco
Pese al sueño de una Europa sin fronteras iniciado en los años 90 con el Acuerdo de Schengen, en 2015 Francia reestableció sus controles fronterizos en puentes y carreteras, localizaciones reales que nos muestra el documental. En 2018, cuando las rutas migratorias griega (Lesbos y Chios) e italiana (Lampedusa) viraron hacia la más occidental (Andalucía e Islas Canarias), los controles fronterizos en el Bidasoa crearon un tapón en la ciudad fronteriza de Irun, dejando a cientos de personas durmiendo en la calle. Fue la solidaridad ciudadana la que se movilizó para dar una primera acogida digna, advertir de los peligros de la frontera (naturales y policiales) y demandar a las instituciones públicas que asumieran sus responsabilidades legales hacia personas en situación de vulnerabilidad. En este sentido, la cinta nos muestra cómo hoy en día existen colectivos a ambos lados de las fronteras (Irungo Harrera Sarea, SOS Racismo, Ongi Etorri Errefuxiatuak, Bidasoa Etorkinekin, Diakité…) que se movilizan para crear caminos seguros hasta el Albergue de Pausa en Baiona.
Muchas de esas acciones son criminalizadas por la policía, acusándolas de tráfico de personas. A las autoridades francesas se les olvida que el “delito de solidaridad” ha sido vencido por el “principio de fraternidad” (Decisión constitucional 717 y 718/2018). Precisamente, muchas de esas personas activistas y criminalizadas aparecen en el documental portando pancartas o en acciones políticas de desmantelamiento de las vallas fronterizas. Y que las pancartas y las consignas sean en euskera, lengua común a ambos lados del Bidasoa, demuestra que la cultura y la solidaridad no entienden de fronteras.
Además del río, y las personas fallecidas en él, hay otros protagonistas, o personas entrevistadas que dan testimonio de sus propias vivencias migratorias y/o de solidaridad: Amets San Millan habla de la perpetua condición de inmigrante por el color de su piel, estigma que le han enseñado a combatir sus padres, padre ‘inmigrante interno’, y madre afro-colombiana; Gari Garaialde, fotógrafo social (“I dont shoot photos”) de BO5TOK Photo; Aintzane Lasarte (hija de exiliados vascos en Venezuela, y Bidasoa Etorkinekin); Pilar “Janela”, guineana y resistente al bulling y al racismo a través de la danza; Anaitze Agirre, profesora universitaria y activista anti-racista y feminista; y Essoh Roméo, migrante africano ‘en tránsito’ que, cansado de cruzar fronteras y ver “víctima” de los controles policiales, decidió quedarse en Irun y ha formado una familia.
Como el propio Fermín Muguruza dijo en algún lugar, “nací en una frontera, por eso las detesto”
Por último (last but not least), no podemos acabar sin recordar que ‘Bidasoa 2018-2023’ ha sido dirigida por el incansable y polifacético Fermin Muguruza, músico frontman de grupos como Kortatu (por cierto, en homenaje a un mugalari con el mismo nombre) y Negu Gorriak, o fundador de la productora independiente Esan Ozenki Records. Más recientemente Muguruza ha producido Black is Beltza y Black is Beltza II (Ainhoa), dos películas de animación con un claro compromiso político y anti-racista, donde se entremezclan vivencias de los protagonistas de cada película (Manex y su hija Ainhoa) con episodios históricos vascos y globales (movimientos políticos y procesos de liberación nacional, guerras sucias contra-revolucionarias, CIA…), aderezado siempre con músicas contraculturales. Como el propio Fermín Muguruza dijo en algún lugar, “nací en una frontera, por eso las detesto”. Recordad, ¡Lo que mata son los controles racistas, no le echemos la culpa al río!
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