El músico y director estrena en cines ‘Black is Beltza II: Ainhoa’, en la que recorre distintos acontecimientos políticos y culturales desde el País Vasco hasta Afganistán
La relación de Fermin Muguruza (Irún, 1963) con el cómic no debería de pillar por sorpresa a sus seguidores. El debut de su primer grupo, Kortatu, se abría con Don Vito y la revuelta en el frenopático, un tema inspirado en un personaje del historietista Javier Montesol. Ahora, el universo Black is Beltza, nacido de la novela gráfica del mismo nombre, entrega su segunda parte cinematográfica cuatro años después de la primera. Si entonces varios acontecimientos mundiales se vehiculaban a través del protagonista Manex, esta vez es la hija de este nacida en Cuba, Ainhoa, quien lleva al espectador desde el Caribe a Pamplona y de ahí a Líbano, Afganistán, Kurdistán y Marsella en el año 1988. La cinta ha implicado la labor de 250 personas; entre ese trabajo también está el doblaje de actores y actrices como María Cruickshank, Itziar Ituño, Eneko Sagardoy, Antonio de la Torre, Ariadna Gil o Gorka Otxoa.
Han sido cuatro años de trabajo que Muguruza califica de “muy intensos”. “No son jornadas laborales de ocho horas, sino de casi todo el día excepto el tiempo que estás intentando descansar, y eso que yo normalmente duermo poco”, explica. “Coproducíamos con un estudio de Argentina y sus horas más fuertes de trabajo coincidían con el momento en que acababan las nuestras. Hasta las once de la noche estabas pendiente porque cualquier duda que se pueda resolver en el mismo día es vital para que se pueda seguir trabajando a la jornada siguiente. Pero la animación te da muchas alegrías cada vez que ves un personaje, un fondo, el movimiento de un ojo o una mano, la sincronización de una música. Por supuesto, también hay cantos de monstruos y momentos en los que hay que pelear con dragones de muchas cabezas. Pero ha sido un viaje realmente agradecido. La Ítaca a la que hemos llegado por medio de Ainhoa ha sido estrenar en el Velódromo”.
Muguruza le concede importancia al hecho de que la película se haya podido ver por primera vez en el Velódromo de Anoeta en el marco del 70º Festival Internacional de Cine de San Sebastián. 3.000 personas llenaron el mismo espacio en el que el segundo grupo del músico, Negu Gorriak, celebró en 2001 su absolución definitiva de la demanda interpuesta por el entonces teniente coronel de la guardia civil Enrique Rodríguez Galindo. La canción por la que este sintió lesionado su honor, Ustelkeria, reflejaba el eco que había tenido en prensa un informe —conocido con el nombre del fiscal jefe de la Audiencia Provincial de Guipúzcoa Luis Navajas— que detallaba vínculos del cuartel dirigido por Rodríguez Galindo y el narcotráfico.
Esa es una de las múltiples referencias musicales y políticas que aparecen en una Black is Beltza II: Ainhoa que arranca con protagonismo de Kortatu: la génesis de su tema Sarri, Sarri y la despedida en directo del grupo en 1988. En la película, Fermin y su hermano Iñigo Muguruza anticipan que esa banda no se juntaría nunca y que lo próximo que harían sería totalmente nuevo, estilísticamente hablando, y en euskera. Ambos estaban, ya de adultos, acabando de aprender una lengua vasca prohibida durante la dictadura. La prematura muerte de Iñigo en septiembre de 2019 cayó como una losa al inicio del proceso creativo de la película. “Muy poquita gente conoce esa última foto suya que aparece en la película. Lleva puesta una camiseta que yo le envié a Nicaragua, donde él estaba luchando por un mundo nuevo” apunta Fermin. “La muerte de mi hermano fue una devastación tan grande que por primera vez en mi vida hubo un momento en el que pensé que no iba a poder salvar un proyecto. Ha sido muy duro, pero la película ha sido una especie de terapia. En los momentos de mayor desánimo, Iñigo ha sido una razón para hacer Ainhoa”.
El equipo de la película ha contado, además de la producción ejecutiva de Jone Unanua, con un análisis de guion por parte de Natalia de Ancos y Kattalin Miner. Uno de los cambios más notables con respecto a la primera entrega es un mayor protagonismo femenino. No solo el de Ainhoa, cuya actriz de doblaje María Cruickshank, según Muguruza, “se ha convertido totalmente en el personaje”. En sus viajes, ella está acompañada por la periodista Josune, del diario Egin. “En el estreno me guardé al director de ese medio, Jabier Salutregi, para presentarlo al público el último. Yo estuve tres años trabajando en la radio de Egin. Recuerdo que su cierre, en 1998, me pilló de gira con Dut, cogiendo un avión desde San Francisco a Nueva York, donde teníamos que tocar en la sala CBGB. Salutregi no recibió ningún tipo de solidaridad internacional, siendo director de un periódico, y años después se decretó la ilegalidad del cierre”, recuerda el músico y director. Ainhoa no ha contado con el apoyo de Televisión Española. “Nos dieron el portazo. Nos dijeron, y lo tenemos por escrito, que la película no encaja en su línea editorial. Eso con el Gobierno supuestamente más progresista desde la II República”, lamenta Muguruza.
“La nostalgia paraliza. Ainhoa es un ejercicio de memoria histórica”, afirma el director. “Nos olvidamos, por ejemplo, de que en Afganistán hubo una revolución socialista en 1978. Vivimos una batalla por el relato, y eso ya está en la primera película, donde era clave hacer hincapié en el contrabando de ideas y en el arma más importante que tenemos quienes queremos cambiar el mundo, que es la cultura”. Para Muguruza la línea del frente artístico sigue jugando un papel principal ante el estado de las cosas. “Es esencial. Pecamos de la obsesión del momento, pensamos que vamos a conseguir las cosas en el periodo de vida que nos ha tocado. Mucha gente ha vivido el tiempo fascinante de un cambio, sin embargo mucha otra gente no. Ahora estamos en un momento de impasse, pero la cultura tiene que seguir siendo ese martillo que golpea el mundo”, señala. El de Irún confía en la creación de nuevos referentes y tiene palabras de admiración para aquello que se anda tejiendo últimamente en tierras navarras.
“Me parece impresionante el movimiento que hay en Pamplona, que incluso tiene un nombre, el ‘resurgimiento del este’, y que además ocurra alrededor del euskera, con bandas que se apoyan a pesar de sus distintos estilos: Chill Mafia, Hofe, Katanga Dub, Ibil Bedi, Tatxers, la Broken Brothers Brass Band y por supuesto locales y editoriales como Katakrak”, apunta. Esa es, de hecho, la ciudad en la que comienza una película, Ainhoa, que guarda equilibrio entre el cuaderno personal de viaje y el testimonio colectivo de un tiempo del que reivindica enseñanzas válidas para un presente nublado. Hora y media que sabe que toda utopía digna de llamarse así suena a buen volumen.