Público ➝
El músico Fermin Muguruza (Irún, 1963) estrena este viernes la película Black is Beltza: Ainhoa, segunda entrega de su saga de animación que repasa las luchas de liberación nacional y el conflicto en Euskadi, donde la juventud fue arrasada por la heroína.
A la presentación de la película en Zinemaldia acudieron 3.000 espectadores. ¿Qué recibimiento espera en las salas de cine del Estado español?
Llenar el Velódromo era un reto grande en su reapertura tras la pandemia, pero se llenó, lo que nos dio una repercusión mediática muy grande. Mucha gente esperaba esta película y mi guardia pretoriana estaba eufórica. Fue muy emocionante, porque el público cantó, gritó, lloró y nos llevó en volandas. Ahora invitamos a los espectadores a que vayan a las salas, porque nos jugamos cuatro años de trabajo en un fin de semana. Si no funciona, nos quitan de la cartelera.
Alude a la guardia pretoriana de Euskadi, aunque usted siempre ha tenido guerrillas diseminadas por el Estado.
De hecho, teníamos las Negu Gorriak Brigadas, unidas por el antifascismo, el antirracismo y la pasión por la música. Contaba con grupos de apoyo en cada barrio de Madrid, la ciudad con más seguidores del Estado español, según Spotify [risas]. Y ahora, para difundir la película, cuento con una guerrilla comunicacional.
A la presentación de la película en Zinemaldia acudieron 3.000 espectadores. ¿Qué recibimiento espera en las salas de cine del Estado español?
Llenar el Velódromo era un reto grande en su reapertura tras la pandemia, pero se llenó, lo que nos dio una repercusión mediática muy grande. Mucha gente esperaba esta película y mi guardia pretoriana estaba eufórica. Fue muy emocionante, porque el público cantó, gritó, lloró y nos llevó en volandas. Ahora invitamos a los espectadores a que vayan a las salas, porque nos jugamos cuatro años de trabajo en un fin de semana. Si no funciona, nos quitan de la cartelera.
Alude a la guardia pretoriana de Euskadi, aunque usted siempre ha tenido guerrillas diseminadas por el Estado.
De hecho, teníamos las Negu Gorriak Brigadas, unidas por el antifascismo, el antirracismo y la pasión por la música. Contaba con grupos de apoyo en cada barrio de Madrid, la ciudad con más seguidores del Estado español, según Spotify [risas]. Y ahora, para difundir la película, cuento con una guerrilla comunicacional.
En Lavapiés, por ejemplo, se hizo fuerte en El Tío Vinagre o en Bodegas Lo Máximo, bares frecuentados por bandas como Hechos Contra el Decoro, que publicaban discos en su discográfica. Más allá de los afines, ¿ha percibido algún distanciamiento motivado por cuestiones políticas?
Nos hemos encontrado con muchos cómplices, pero con determinada gente no congenias porque está en otra onda. Sin embargo, con el reventón del rock radical, había una fraternidad entre todos los grupos, aunque el impacto de la heroína fue tremendo. Lo abordo en la película, porque destrozó bandas enteras: el grupo que más tocó con Kortatu fue Cicatriz, y desaparecieron sus cuatro miembros; el siguiente fue RIP, y solo quedó uno vivo [también falleció la batería de las Vulpes y el cantante de Vómito y amigo de Fermin, Víctor Pérez, entre otros].
En los noventa, tras la experiencia de Kortatu y ver lo que habían hecho The Ex en Holanda, Ian MacKaye (Minor Threat y Fugazi) con Dischord Records y Jello Biafra (Dead Kennedys) con Alternative Tentacles, Negu Gorriak decidimos autogestionarnos y crear nuestro propio sello. Controlar todo lo que hacemos es una marca de la casa. Y, a partir de ahí, nos encontramos con cómplices de viaje en todos los sitios.
En París conocemos a Manu Chao, quien iba con camisetas de Kortatu, y fue un flechazo: teníamos que hacer cosas juntos. En Argentina producimos el disco de Todos Tus Muertos Dale aborigen y nos hacemos amigos. En México nos encontramos con Tijuana No! En Madrid con Hechos Contra el Decoro. Así creamos una comunidad y fundamos un sello internacional donde tienen cabida esas y otras bandas.
Como Banda Bassotti, Zebda, Inadaptats o Nación Reixa, el proyecto de Antón y Kaki Arkarazo, miembro de Kortatu y Negu Gorriak. Esan Ozenki Records, con el paso de los años, se reencarnaría en Metak y en Talka.
Publicamos 130 discos en diez años, una locura. En aquel momento, la idea de la colaboración no era una cuestión comercial, sino de compartir un espacio musical creativo, congeniar y hacer canciones juntos. Algo que he seguido haciendo durante toda mi carrera musical. De hecho, mi primer disco en solitario, Brigadistak Sound System, es el más colectivo, porque en cada canción hay una banda distinta. Algo imprescindible para entender la música, pero también la vida. También fui consciente de ello durante la grabación de Nola? Irun meets New Orleans, donde me impactó la idea de la comunidad, del respeto, del apoyo mutuo… Los músicos seguimos siendo gente de resistencia.
La pluralidad de la BSO entronca con su evolución musical: del rock al ska, del dub al soul, del hip hop al reggae, del funk a lo latino, de la electrónica a la raíz.
Me parecía muy interesante que en la BSO estuviera Joseba Tapia, quien ya había tocado en el disco In-komunikazioa la trikitixa, traída por los italianos que vinieron a construir el ferrocarril a finales del siglo XIX. Soy un buscador de sonidos. Un explorador. Me apasiona lo que me suena raro o distinto. El trap fue la única música que me sonaba distante, porque mi hijo la escuchaba todo el día. Luego, curiosamente, resulta que la madre de Yung Beef, a la que conocí en el Primavera Sound cuando fui a ver a La Zowi, era muy seguidora mía. Ahora, por ejemplo, me apasiona la rapera chilena Ana Tijoux, quien tiene una influencia de la música popular y de la canción de autor, con esa raíz mapuche que ella tanto defiende.
También hay otro paralelismo entre su ideología internacionalista y la música que ha hecho, la que le gusta y la que incluye en la BSO, que beben de diversos orígenes, tradiciones y geografías.
No podría concebir la defensa de independencia de mi país sin acudir al internacionalismo. Estoy a favor de la autodeterminación de todos los pueblos, pero no entiendo eso de “nos quedamos en nuestro terruño y el resto nos es indiferente”. Todos los países estamos interconectados y, como dice Camilo Cienfuegos al comienzo de la película, “esos que luchan, no importa dónde, son nuestros hermanos”.
Usted, precisamente, hila los grandes hitos y conflictos históricos de finales del siglo XX: Cuba, Irak, Irán, Líbano, Afganistán, Argelia… Si tuviese que elegir una sola causa extranjera, ¿cuál cree que es la más justa o con cuál se quedaría?
En Euskadi siempre hemos tenido mucha relación con todas las revoluciones que ha habido en el mundo. Cuando yo trabajaba en Egin Irratia, recuerdo que Txillardegi, uno de los grandes pensadores vascos, dijo que por edad y por personalidad habíamos tenido influencias de diferentes revoluciones. Él había estado completamente influenciado por la lucha por la independencia de Argelia. El director del periódico, Xabier Salutregi, por la Revolución cubana. En mi caso, creo que la Revolución Sandinista fue lo más interesante que pasó en el siglo XX. El período entre 1979 y 1989 fue impresionante: el país más poderoso del mundo [Estados Unidos], en guerra contra uno de los más pequeños [Nicaragua], que construyó un socialismo de rostro humano.
Más allá de que la primera entrega, Black is Beltza, partió de un cómic, entiendo que eligió la animación porque rodar una película sería demasiado caro, ¿no?
La primera parte arranca en Nueva York con el desfile de los gigantes negros [de Pamplona] por la Quinta Avenida. Para mí es inimaginable en ficción. Pero la razón es que yo vengo del mundo del cómic. El primer disco de Kortatu se abre con Don Vito y la revuelta en el frenopático, basado en el cómic que Montesol publicaba en El Víbora [y luego en Makoki], una de las grandes influencias de la banda, junto al cómic underground americano, francés e italiano. De hecho, en el segundo [El estado de las cosas] le dedicamos una canción [Nivel 30º] al creador de RanXerox, Stefano Tamburini, cuando muere de sobredosis de heroína. Para nosotros, El Víbora era puro alimento, una necesidad vital como comer.
Algunas de las canciones estaban inspiradas en cómics, desde la jerga hasta los personajes, que luego hicimos populares aquí a través de nuestras letras. Por cierto, en el País Vasco habría que hacer un estudio sobre por qué el cómic impactó tanto, como se refleja en un montón de portadas de La Polla Records, Cicatriz, Eskorbuto, Kortatu… Y la portada de Brigadistak Sound System también es de un tipo que hace cómics [David Lapeña Herrero].
Hay películas de animación para adultos que son impresionantes, como Heavy Metal, The Wall y, entre las más recientes, Vals con Bashir. Nos pareció una buena técnica para contar historias, pero empezamos publicando un cómic porque no teníamos presupuesto. El objetivo era hacer una película y, para ello, necesitamos cuatro años, los mismos que para esta segunda parte, que viene acompañada de un cómic de la dibujante Susanna Martín en euskera, catalán, gallego y castellano, aunque la intención es publicarlo en francés y en otros idiomas.
TVE no ha puesto ni un duro.
Mucho peor todavía, porque se delataron al comentarnos que no encajábamos en su línea editorial. Eso es muy grave, porque en realidad te están diciendo que todas las demás películas sobre el conflicto vasco encajan en su línea editorial. O sea, hay una línea editorial que apoya TVE que está unida a la versión oficial de la batalla por el relato de lo que pasó desde los años 60, 70 y 80 hasta el fin de ETA.
Uno de los protagonistas de Black is Beltza: Ainhoa deja claro que está en contra de la lucha armada. Hay una voz discrepante.
Claro, porque nunca fue algo unánime. Siempre hubo una tensión: “Joder, esto tendría que acabar”. Porque arrastrábamos la lucha antifascista contra Franco. Es una discusión que ha estado siempre alrededor de todas las cuadrillas. Y había gente más o menos convencida. Por eso me parecía interesante reflejarlo, del mismo modo que muestro el cambio de algunos: “Claro, cuando torturaban a tu compañera, tú eras el que estabas de acuerdo con reventarlo todo, ¿no?”. En otras películas no he visto las distorsiones que se daban, por eso quise ofrecer otro punto de vista alejado de la versión oficial de los hechos.
Antes aludía a los músicos vascos que murieron de sobredosis o de sida, algo que también sucedió en otros lugares de España.
Por supuesto, pero en el País Vasco existió el Plan ZEN (Zona Especial Norte) y la heroína arrasó, sobre todo en los barrios de clase trabajadora.
El historiador Juan Carlos Usó, en cambio, niega el uso de la heroína en Euskadi como arma de Estado para desmovilizar a la juventud combativa.
Como en Estados Unidos desclasifican los documentos, conocemos la estrategia para desprestigiar a los movimientos contraculturales y para aniquilar a la disidencia, que pasaba por la introducción de drogas duras en colectivos como los Panteras Negras. Así se defendió su Gobierno del quintacolumnismo comunista, al tiempo que financió a la contra nicaragüense con cocaína y permitió que algunos indecentes se lucraran.
Sin embargo, en Europa no sale nada, cuando en los ochenta el 90% del opio venía de Afganistán, la fuente de financiación de la CIA para apoyar, según la retórica occidental, a los freedom fighters. En realidad, eran fundamentalistas que querían llevar al país al medievo, como finalmente ha ocurrido.
Josune, la amiga de Ainhoa, comenta que Donostia es la ciudad con más heroinómanos por habitante. Ese dato…
Es real, pero se refiere a Donostia y alrededores: Pasajes, Rentería… hasta Irún. Casi podríamos hablar de Guipúzcoa.
Vamos, que no le cabe ninguna duda del uso de la heroína como arma de Estado, pese a que varios historiadores y expertos en drogas lo nieguen.
No tengo ninguna duda. El exlehendakari José Antonio Ardanza, una persona poco sospechosa de poder engañarnos, ha contado que, cuando era alcalde de Mondragón, no entendía que entrase tanta heroína y ordenó a la policía local que investigase su origen. Siguieron la pista y venía del cuartel de Intxaurrondo.
El jefe de ese cuartel y coronel de la Guardia Civil, Enrique Rodríguez Galindo, demandó a Negu Gorriak y a Esan Ozenki Records por “daños al honor y difamación del buen nombre” porque la canción Ustelkeria (Podredumbre) denunciaba la corrupción policial y el tráfico de drogas.
Por reproducir una noticia del periódico Egunkaria que se hacía eco del informe Navajas [elaborado por el fiscal de la Audiencia Provincial de Guipúzcoa Luis Navajas] y denunciaba cómo los guardias civiles financiaban la guerra sucia y se lucraban con el narcotráfico [“Hace dos años en mayo, / la guardia civil pilló / una tonelada de coca / y en la comisaría / desaparecieron 150 kilos”]. En la misma mesa hablaban sobre cómo pagar a los sicarios y, al mismo tiempo, cómo manejar la heroína. Eso había empezado a salir muy tímidamente, pero nosotros nos atrevimos a cantarlo y levantamos muchas ampollas.
Disolvimos Negu Gorriak y dijimos que nos volveríamos a juntar cuando ganásemos el proceso judicial. Cuando el Tribunal Supremo falló a nuestro favor cinco años después, juntamos a 30.000 personas en tres conciertos. Una semana después, unos ultraderechistas iban a poner una bomba en un concierto mío y les estalló en las manos. En cambio, eso apenas salió en la prensa… No solo hablamos de las campañas mediático-represivo-judiciales, sino también de un país que tiene a un preso y a un exiliado por cantar. ¡Amnistía para Valtònyc y a Pablo Hasél ya!
Siempre ha saltado de proyecto en proyecto musical, sin vivir de las rentas.
Mi último disco, B-Map 1917 + 100, en colaboración con The Suicide of Western Culture, es un trabajo extremo, total, de máquinas al estilo Front 242 o Nine Inch Nails. En algún tema hay una onda de reggae y dub, pero el resto es experimentación. Cuando llevas casi cuarenta años en la música, hay mucha gente que quiere saber lo que estoy haciendo, haga lo que haga. Hay fans de Kortatu, algunos de Negu Gorriak y otros son seguidores de toda mi carrera.
Tanto en lo musical como en lo cinematográfico, va de lo local a lo universal, y viceversa. Sin embargo, ha habido críticos con el nacionalismo de izquierdas porque lo consideran un oxímoron.
La ignorancia es muy atrevida. El internacionalismo es imprescindible. Y nosotros considerábamos un espejo a los movimientos de liberación latinoamericanos. Con doce años empecé a ver unas manifestaciones muy bestias, reprimidas por la policía salvaje y fascista que, tras la muerte de Franco, lo único que hizo fue cambiar el color de su uniforme.
Entonces, todas las luchas estaban interconectadas: Argelia, Cuba, Nicaragua, El Salvador, Argentina… La música en Black is Beltza: Ainhoa es importantísima, porque no hay revolución sin canciones. En la película cito el discurso del Che en la Asamblea de la ONU en 1964, que enlaza con los gigantes negros censurados en el desfile de Nueva York: “Esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia por la que ya han muerto más de una vez inútilmente”.
No deja títere con cabeza: ¡hasta sale Bin Laden!
Exactamente [risas].
Tal vez pensaba en un público joven, supuestamente desconocedor de algunos acontecimientos internacionales, pero ¿cree que a veces las películas podrían resultar demasiado didácticas?
Quizás puedan pecar de eso. Yo estudié Pedagogía y vi a The Clash tras el golpe de Estado del 23F, tres días antes de que Bobby Sands falleciese después de una huelga de hambre. Joe Strummer presenta Sandinista y le dedica el concierto a los huelguistas andaluces. De repente, sale al escenario un tipo con un txistu y toca el aurresku, una canción de bienvenida. Y, a continuación, pam, pam, pam: ¡London Calling! Entonces pensé: “Aquí hay que hacer pedagogía de choque”.
Debemos transmitir lo que hemos vivido. Me gusta que la gente se lo pase bien al ver una película. “Lucha por tu derecho a la fiesta”, que dirían los Beastie Boys en respuesta al “lucha por tus derechos” de Public Enemy. Yo estoy con los dos, porque Black is Beltza: Ainhoa es una película de aventuras, un thriller político que debe disfrutarse, pero también dejar un poso.
En todo caso, el filme, que repasa las grandes luchas, es de parte y propagandístico, aunque un personaje critica la lucha armada de ETA y otros se van quitando sus caretas. Digamos que no todo es lo que parece.
Me apasiona el género del espionaje y el contraespionaje, porque lo he vivido y porque vengo de la Guerra Fría y del Telón de Acero, algo que reflejo en la película. También conocí el socialismo real y me dije: “Esto no es lo que nosotros esperábamos”. Pero también hay cosas claras, como la defensa del Afganistán socialista, aunque el personaje del doctor soviético reconoce que la sangre no se puede limpiar con sangre, como dice el proverbio afgano.
¿Hay rasgos suyos en los protagonistas masculinos de las películas? ¿Cuánto de experiencia personal? Por ejemplo, antes hablaba de torturas y en su día denunció que durante un control simularon un disparo a su pareja, embarazada, y otro a usted.
Sí, hay muchos elementos autobiográficos y basados en experiencias personales. En los ochenta casi no dormía, porque estaba todo el día por aquí y por allá, tocando y escuchando, pues me encanta que me cuenten historias. Viví la heroína, la represión, los muertos… Cuando mataron a Josu Muguruza, pensaban que era mi hermano.
La película lo ayudó a sobrellevar el fallecimiento de su hermano Iñigo.
Tras su muerte llegó la pandemia y fue una hecatombe. Cuesta mucho levantar un proyecto de animación. Por las tuberías, que no tienen nada que ver con las cloacas del Estado, debe fluir el agua, sin que haya atascos. Me refiero a lo que en animación se llama pipeline, donde cada pasito es una celebración. Al final he empleado cuatro años de mi vida, aunque la proyección en el Velódromo fue una sanación: “¡Va por ti, Iñigo!”. El corazón de la película late al ritmo del corazón de mi hermano.
Esta segunda parte es tan antirracista como la primera, pero más feminista.
La protagonista es una mujer y hay una pulsión clara por la autodefensa feminista. Trabajamos con la guionista Isa Campo y con las analistas de guion Natalia de Ancos y Kattalin Miner, que reforzaron el impacto del feminismo. La película, además, muestra cómo se creó en Kurdistán la primera unidad de guerrilla formada por mujeres.
La primera parte, en cambio, era más testosterónica.
Hay que analizar los hechos en su contexto. Está ambientada en los sesenta, la década del verano del amor, cuando las Baader-Meinhof reivindicaban aquello de “una bala, un polvo”. Aunque el protagonista es un hombre, quienes comandan los grupos de apoyo con los que contacta en cada ciudad son mujeres con una personalidad muy fuerte.
¿A qué se debió el fin de la lucha armada, o sea, de ETA?
Ese fin llegó muy tarde y vino marcado precisamente por la propia presión de la gente que antes la había apoyado y que creía claramente que no tenía ningún tipo de sentido practicar la lucha armada en Europa en el siglo XXI.
¿No lo achaca a la presión policial y judicial, así como al desmantelamiento del aparato financiero?
Estoy convencido de que esa no fue la causa. Después de la ruptura de la tregua del 2006, la inmensa mayoría del País Vasco está en contra de la violencia y no se entiende que pueda seguir ETA. Incluso tras los Acuerdos de Lizarra-Garazi, en 1998. Desde la izquierda abertzale se le transmite que es un sinsentido lo que está haciendo. Y por eso se encarcela a la gente que hacía posible eso [la paz], como Arnaldo Otegi.
En Black is Beltza: Ainhoa se sugiere…
Nosotros pensábamos que la última danza de guerra sería en 1988, porque ya había comenzado el proceso de paz en Argelia [las llamadas conversaciones de Argel, entre ETA y el Gobierno socialista de Felipe González].
Le decía que la película refleja los palos en las ruedas del proceso de paz.
Y todavía seguimos con la distorsión mediática y los bilduetarras…
¿Qué opina del uso partidista de la presencia de Bildu en las instituciones?
Ha habido un cambio de estrategia, porque la entrada de Vox en el panorama político ha condicionado mucho el discurso del Partido Popular. Pensemos que en una época Borja Sémper llegó a decir que el día que ETA dejase de matar los presos iban a venir al País Vasco [“Si ETA se disuelve mañana, la política de dispersión cambiará en 48 horas”, declaró en una entrevista al Diario Vasco]. Los presos tendrían que estar todos en la calle, como sucedió con los del IRA. Eso forma parte de los procesos de paz, pero el de aquí ha sido irregular.
En marzo fue homenajeado en el Muguruza Mani-Fest, celebrado en el Kafe Antzokia de Bilbao. Demasiado joven, ¿no?
En realidad, es un ciclo donde versionan a músicos en activo, como Ruper Ordorika. ¿Joven yo? Bueno, el año que viene cumplo sesenta años. Aunque aparente menos edad, hay que recordar que en 1983, al poco de fundar Kortatu, tenía veinte añitos… Reconozco que me hizo mucha ilusión tanto el homenaje como la elección de los grupos. La Basu vino con las raperas Tesa y Wöyza, y cantaron en castellano, catalán, gallego y euskera. Me lo pasé bomba, porque fue una noche preciosa en la que pensé que estaba volviendo a ser el yo que dejé de ser cuando murió mi hermano.