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Hoy se sonríe. Alguien recuerda el día que Gloria Fuertes le pidió a Camilo José Cela que incluyera la palabra “coño” en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Más sonrisas. En una televisión en silencio, en el faldón se pueden leer noticias urgentes que revuelven el estómago y calientan al personal. Poca broma. Entonces hace acto de presencia el músico Fermín Muguruza en la cafetería del hotel en el que se ha acordado la siguiente entrevista. Unos tipos, en la mesa más próxima, hablan de sirénidos y servicios secretos. Muguruza no tratará este tema; está inmerso en una gira mundial con la que celebra 40 años de carrera, desde el pasado 18 de enero hasta el 4 de octubre del 2025. Días de lluvia, tardes de trinchera. Este sábado, tocará en el Movistar Arena de Madrid.
R. Es una de las preguntas que me remite al filósofo Elías Canetti, que tenía ese entusiasmo en intentar aprender sobre los movimientos de masas. A mí siempre me ha fascinado dejarme atrapar por esa energía que suele haber en una manifestación o incluso en un acto deportivo. Es complejo porque la pregunta es muy general. En el caso, por ejemplo, de un concierto en directo, la sensación de poder que tienes cuando estás en un escenario, ante miles de personas que te siguen, es enorme. Y con ese poder también viene mucha responsabilidad. En mi caso, con los años he adquirido un compromiso de responsabilidad. Al principio era más salvaje o alocado, pero con el tiempo te das cuenta de que tienes que transmitir mensajes. Ya no es solo la canción en sí, sino también tu actitud en el escenario y tu entrega, que se convierten en un mensaje propio.
R. La edad te da sabiduría. Pero, como decía, para alguien que hace canciones o películas, el objetivo no es dominar, sino transmitir. Transmitir conocimiento, experiencias. Si hablamos de dominar a una mayoría, podemos verlo a través de las reglas de manipulación que menciona Noam Chomsky o simplemente observando cómo los medios de comunicación actuales lanzan mensajes. Lo que me escandaliza hoy es cómo el propietario de una red social, Elon Musk, está tan presente en ella. Aunque no lo siga, sus mensajes aparecen continuamente. A veces no entiendo cómo no somos capaces de decir: “Vámonos ya de esta red social”. Aunque yo mismo sigo publicando ahí.
R. Es una enseñanza clásica de Evaristo, muy sencilla pero a la vez muy compleja. Vivimos en un mundo dominado por una élite, y la mayoría no pertenece a esa élite. No estamos hablando del uno por ciento que controla la riqueza, que con el neoliberalismo y los grupos de poder de las grandes empresas cada vez es más descarado. Incluso dictan la política. Articular respuestas desde la mayoría es difícil porque dentro de la izquierda seguimos fragmentados sin lograr unidad… hasta que llegue un momento de absoluta necesidad, como sucedió en Francia en las últimas elecciones, donde fueron capaces de organizar un Nuevo Frente Popular en una semana para evitar la mayoría del Frente Nacional. Necesitamos programas comunes y frentes amplios.
R. No, no creo en la fatalidad. El movimiento cultural que nos influenció en los años sesenta, antes de que surgiera el punk, en el País Vasco, resistía incluso a la censura. Se recuperaba la música en euskera, la poesía, el arte, todo tipo de cultura, a pesar de que estaba prohibido. Era una forma de rebelarse contra la idea de que habíamos perdido todas las guerras y de que íbamos a perder lo más esencial: nuestra lengua.
R. Esa frase es del grupo Oskorri, de la canción Euskal Herrian Euskaraz. Cuando celebraron su vigésimo quinto aniversario, canté con ellos, aunque no esa canción, sino Euskaldun berriaren balada, que habla de alguien que ha aprendido euskera, como yo. Albert Pla fue quien cantó la otra. En cualquier caso, me defino como radical, así que asumo esa frase como si fuera mía.
“Estoy en el equipo de Albert Pla, somos grandes amigos, incluso nuestras familias están muy unidas”
R. Yo estaría en el equipo de Angela Davis. Es una de las personas que más admiro. Con Albert Pla ya estoy en su equipo, somos grandes amigos, incluso nuestras familias están muy unidas. Pero si me quedaran tres meses, sin duda estaría con Angela Davis, que nos sigue enseñando que la esperanza es una disciplina que se trabaja día a día.
R. Sí, efectivamente. Lo que ocurre es que a veces las dictaduras cambian de forma. Aquí en España, y en Latinoamérica, hemos visto leyes como las de Obediencia Debida o Punto Final, que han permitido que la impunidad continúe. Además, hay que ver cómo las democracias actuales son un gran engaño. Votamos, pero solo podemos elegir entre partidos que están respaldados por esos poderes económicos que los sostienen. Hay pequeños resquicios por los que, de vez en cuando, podemos abrir un hueco mayor. Por eso siempre he defendido el Frente Popular, como el de Salvador Allende en Chile, o ahora en Colombia con Gustavo Petro, que viene del M-19 y logró llegar al poder, aunque esté siendo dificilísimo. El gobierno de Petro, por ejemplo, está siendo muy complicado, pues el poder económico desde fuera, desde Miami, intenta desestabilizar la situación. Esa frase de “haz que grite la economía” me aterra. La hemos vivido quienes ya tenemos cierta edad, como con el Plan Cóndor, que se fue adaptando al contexto de cada país. Las dictaduras son diferentes hoy en día. No es la dictadura franquista, pero entiendo lo que dice Angela Davis: las formas de control persisten. Ella apoyó a Barack Obama en su momento y luego fue crítica. De manera similar, yo apoyo cosas como la legislatura actual, a pesar de lo crítico que soy con Pedro Sánchez. A veces nos bombardean tanto con las incoherencias que llega un punto en el que no podemos ignorarlas, como el hecho de que seguimos vendiendo armas a Israel mientras se comete un genocidio. Es una impotencia enorme.
R. Probablemente sí. Tenemos un ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que ha sido vinculado a casos de tortura. En este país hay mucha gente que participó en el terrorismo de Estado y nunca fue juzgada ni condenada. Y aquellos que sí lo fueron, como Galindo, incluso fueron condecorados después. Es muy significativo el trabajo de las víctimas de ETA que ahora luchan por la convivencia.
R. Sí, hace callo, pero también desgasta mucho. Tras la muerte de mi hermano Íñigo y la pandemia, que fue un infierno para mí, me costó mucho animarme a hacer esta gira. El confinamiento fue muy duro, sobre todo al estar en duelo. No poder salir, hablar con la gente, airearme… fue terrible. Esta gira es una forma de reaccionar a los ataques que he recibido. Decidí que tenía que salir y demostrar que sigo aquí, vivito y coleando. La aceptación ha sido increíble y me ha sobrepasado.
R. En este caso, creo que la gente ve la gira como una celebración de mi trayectoria. Aunque no les guste el Movistar, quieren estar en este concierto, y en sitios como el Palau Sant Jordi también ha sido un éxito. Lo de Anoeta, en San Sebastián, es algo inédito: veintidós mil entradas vendidas, y probablemente lleguemos a las treinta mil. Va a ser espectacular.
“Con 10.000 entradas vendidas, si me prohíben un concierto, estarían prohibiendo a miles de personas disfrutar de la música”
R. Sí, creo que ese es uno de mis grandes escudos. En otros momentos, mis giras solían ser en salas grandes, con dos mil o tres mil personas. Pero ahora, con 10.000 entradas vendidas, si me prohíben un concierto, estarían prohibiendo a miles de personas disfrutar de la música. Se convierten en una especie de Gran Hermano, decidiendo lo que la gente puede o no puede ver.
R. Todavía me alucina la realidad. Creo que está superando la ficción. No me podía esperar cosas como las que están sucediendo ahora. Por ejemplo, viví casi un año en Beirut y pensé que había visto lo peor. Pero cuando vuelves a ver el horror que están viviendo mis amigos allí ahora, es alucinante. Lo de Palestina ya lo tengo claro: mientras no acabe el apartheid del Estado sionista, seguirá igual. Pero lo de Líbano es algo que nunca me hubiera imaginado. Pensé que después de la guerra de 2006, eso no volvería a suceder, y sin embargo, aquí estamos otra vez.
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