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BarcelonaHasta ahora habitual de espacios como el Ateneu de Nou Barris o Razzmatazz, Fermin Muguruza se atrevió el viernes a hacer su primer Palau Sant Jordi en solitario, hasta hace pocos años coto privado de artistas internacionales. Hoy en día los conciertos se viven como experiencias y te llames Morad, Milo J o Fermin Muguruza, los últimos tres nombres en pisar el gran escenario barcelonés, la clave es presentar un evento único e irrepetible. En el caso del vasco tenía uno de peso: la gira de celebración de los 40 años de carrera, desde la creación del grupo Kortatu, motivo que lo está llevando a grandes recintos de todo el estado.
No es exagerado afirmar que Muguruza es uno de los músicos con una carrera más atrevida y ecléctica de las últimas cuatro décadas. Curioso, culo inquieto, visionario y siempre acercándose con esmero a la música negra, es lo más parecido que hemos tenido a un Joe Strummer: alguien que se atreve con casi todo, y a quien casi todo le sale bien. Y volvió a demostrarlo el viernes, en un Sant Jordi entregado y con una entrada envidiable; 15.000 personas, según la organización. El de Irún navegó por varias rutas, siempre con solvencia y poniendo el baile y la reivindicación en el centro. La noche empezó con un ska con acordeón marca de la casa, Mapuche, del disco Brigadistak Sound System (1999), y a partir de ahí desplegó un show que se extendería hasta la treintena de canciones y sus más de dos horas de duración.
Sin menospreciar su producción en solitario de este siglo, que suma canciones magníficas como Big Beñat, In-komunikazioa o Black is beltza, es comprensible que las más celebradas de la noche fueran de Kortatu y Negu Gorriak. Ambas bandas, fundadas por Muguruza, cambiaron la vida de muchas personas que estaban en el Sant Jordi, de ahí que al sonar de inicio Hay algo aquí que va mal o La línea del frente, más pulida pero igual de magnética que en los ochenta, provocaran el encendido de las primeras bengalas de la noche.
Todo ello, más que un concierto era una celebración. De amigos, de compañeros, de militantes, escuchando en comunidad la banda sonora de tantas y tantas batallas, de tantas y tantas fiestas. Todo dirigido por la figura impertérrita de Muguruza, que se expresó en un catalán fluido y que ejerció de frontman clásico frente a una banda-soundsystem que hacía que las canciones sonaran poderosas y reivindicativas.
Internacionalista convencido, las luchas propias y externas son parte intrínseca de un concierto como el suyo, ya sea por la presencia de banderolas —del colectivo de familiares de presos políticos vascos y en apoyo a Casa Orsola—, imágenes proyectadas o las palabras del músico entre canción y canción, que recordaron, entre otros, a Nelson Mandela y Desmond Tutu, protagonistas de un tema de Kortatu, o en el referéndum del 1 de Octubre y los hechos de Urquinaona, momento ideal para introducir un bloque más incendiario, encadenando En la calle y La familia Iskariote con la pista sudando de lo lindo. También tuvimos la parte emotiva, con el recuerdo a su hermano Íñigo en Biziza zein laburra den.
El nivel de energía, por las nubes, se mantuvo mientras sonaban antiguos logros, como Nicaragua sandinista y After-Boltxevike, brillante con la extraordinaria banda que acompaña a Fermin, paritaria, multirracial y donde había hasta tres catalanes. Hiri gerrilaron dantza empezó el repaso a Negu Gorriak, banda a menudo menos reivindicada a escala popular, pero con una influencia extraordinaria y que entendió como ninguna otra por dónde irían los sonidos más excitantes de los años noventa. Con la colaboración de su batería original, Mikel Abrego, nos regalaron una magnífica versión de BSO, esa vieja canción de los Negu que condensa la máxima musical que ha acompañado la trayectoria de Muguruza: rock, rap y reggae. Eso sí, añadiendo elementos de la cultura tradicional vasca, siempre presentes en su música.
Una acelerada versión del 54-46 That’s my number, de los jamaicanos Toots & The Maytals, abrió la parte final del show, donde esperaban un puñado de momentos memorables. Por varios motivos: por la euforia en la grada, por la calidad de la banda en el escenario y por ser historia indiscutible de la música popular y política de Euskal Herria y también de los Països Catalans. Himnos como Etxerat, Zu atrapatu arte —en el Sant Jordi con el madrileño Carlos Animal, del grupo Non Servium—, Kolore bizia y Dub manifest son inconmensurables y han sido escuela de formación y vida para jóvenes de todo el país.
Faltaban los bises, que empezaron con Errespetua, la versión del clásico de Otis Redding, y el postre final, previo apoyo a la lucha del pueblo palestino: Gora herria y un apoteósico Sarri, Sarri, la adaptación del tema Chatty, Chatty de Toots and the Maytals que Kortatu convirtieron en el gran clásico del ska-punk estatal. Fermin Muguruza ofreció un gran concierto, uno que se recordará durante años. Su aquelarre antifascista, como lo presentó él mismo, fue nostálgico, divertido, trepidante y apoteósico. La noche acabó con un mensaje proyectado en las pantallas: «Ho tornarem a fer, endavant les atxes«, reafirmando que este señor es uno de esos que, como decía Ovidi Montllor, estará de parte de los buenos hasta la muerte.
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