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El Bilbao Arena se convirtió anoche en una barricada metafórica contra el liberalismo, el imperialismo y la oleada fascista de la mano de Fermin Muguruza, activista y agitador cultural y político con Euskal Herria en la boca y el corazón, que reventó el primer concierto oficial de una gira internacional que recorrerá varios continentes en 2025 para celebrar sus 40 años de trayectoria. Y lo hizo sobre un collage rítmico ecléctico y combativo repleto de himnos –de Sarri Sarri a Zu atrapatu arte o Yalah, Yalah, Ramallah– mecido por los sonidos mayoritarios del ska reggae y con el apoyo de sus compañeros de Negu Gorriak, Jon Maia, Asier Villalibre e Itziar Ituño. El irundarra volverá a mostrar el puño en alto este sábado en otro ritual litúrgico para el que tampoco hay entradas.
A Fermin, agitador político y musical, pionero de la autogestión musical en tierras vascas y activista en múltiples frentes artísticos, de profunda raíces abertzales e internacionalistas, habría que inventárselo de no haber existido. Trabajador de la cultura, como se autodefine en Fiesta y rebeldía (Liburuak), el nuevo libro de Javier ‘Jerry’ Corral sobre el Rock Radical Vasco (RRV), ensayó su gira mundial de regreso 11 años después el miércoles pasado en Biarritz, en un concierto que no solo calentó los músculos y pulmones del irundarra y su prole, también sus corazones, ya que se celebró el día que su hermano Iñigo habría cumplido 60 años.
En Miribilla y con Iñigo también muy presente en el recuerdo, al igual que el Kurdistán, Gaza o la Sudáfrica del apartheid, Fermin volvió a aquella línea del frente que protagonizó desde que creó Kortatu, con la vista puesta en The Clash y los clásicos jamaicanos vía el sello británico Two Tone, enterró el RRV con Negu Gorriak tras descubrió a Public Enemy y protagonizó después una exitosa carrera en solitario que retoma ahora para festejar, bailando y sin dejar de reivindicar, una carrera prolífica de 40 años.
El ska reggae, el dub, el punk, el rock, el hardcore, la raíz folk euskaldun, el metal, los ritmos latinos y la world music forman parte de la batidora que alimenta a Fermin, que agitó con saña y una sonrisa cómplice Miribilla en una velada de liturgia revolucionaria ante un público feliz que reventó el pabellón, buena parte de sus integrantes cual abuelos cebolleta rememorando con nostalgia los años de barricada, sabotaje, rebelión, desobediencia y agitación juvenil.
Urrun marcó el regreso a la primera línea de un Fermin danzante y vociferante, cual cuchilla afilada y andante, que desde el arranque exigió compromiso y hermanó a Aitor Zabaleta y a Iñigo Cabacas. No están tan lejos las guerras y la sangre de la comodidad de nuestras casas en 2024, así que la denuncia cobró vida con el ritmo, los bailes skatalíticos y un repertorio incuestionable en la música popular euskaldun del casi último medio siglo, independientemente de que se comulgue con las ideas políticas y mensajes de su autor.
El maduro león asmático, que se ha atrevido a enfrentarse a su historia y a sus problemas de salud para volver a subirse a los escenarios y salir de su estado de hibernación –solo en la música, no ha parado con sus películas y documentales–, se mostró en forma, fibroso, dinámico y entregado, y muy bien acompañado por un sonido prístino y contundente, fruto del curro de Anjel Katarain, con una nutrida banda que sonó como una apisonadora, una iluminación acertada, proyecciones proselitistas repletas de polis y manis en tres pantallas enormes y una banda hecha a su imagen y necesidades, de riguroso luto y que sonó muy engrasada para ser el inicio de la gira.
Flanqueado por Lide Hernando, excantante de los extintos Liher a su derecha, a la guitarra y su voz soul, y Miryam ‘Matah’ ex Kinky Beat, a la voz, a su izquierda, y con la batería Gloria Maurel al fondo, el irundarra volvió a danzar y a guerrear, a repasar profusamente su historia, desde los tiempos adolescentes de Kortatu a la madurez de Negu Gorriak y llegando a su época en solitario, ya superados los 60 tacos, con el público entregado, bailón, inflamado y rendido ante una tormenta sónica de ritmos diversos –aireada mayoritariamente con brisas jamaicanas– y cantada en euskera aunque con guiños internacionalistas al inglés, el castellano, el francés, el árabe…
Golpe a golpe, verso a verso, que diría el poeta, kolpez kolpe en el vocabulario de Fermin y con el cubano Víctor Navarrete insuflando groove desde su bajo, la peña de Miribilla regresó a su adolescencia a ritmo de ska y punk con clásicos de Kortatu como After–Boltxebike, Etxerat, La línea del frente, Zu atrapatu arte, Nicaragua Sandinista o Hay algo aquí que va mal.
La fase Negu Gorriak, más hardcore y hip hopera, resultó menos jaiera, pero más convincente debido a la enjundia y la propuesta más experimental de canciones como Radio Rahim o Gure Jarrera, y, sobre todo, las dos intervenciones en la que el irundarra recuperó a los Negu originales –Kaki Arkarazo a la guitarra y camiseta de los italianos Banda Bassotti, Mikel Anestesi al bajo, melena molino y rostro de Laboa en el pecho y Mikel Txopeitia a las percusiones– al interpretar de nuevo, entre viejos camaradas, B.O.S, con su mezcla de “sustraiak, rock, rap, reggae”, y la bella Itxoiten, con quebrados cambios de ritmo.
Xabi ‘Esne Beltza’ Solano, a la trikitixa, aportó los arreglos más folkies y euskaldunes del repertorio, solo incluido en In–Komunikazioa, y la efervescente sección de metales –Jon Elizalde (trombón), Aritz Lonbide (trompeta) e Igor Ruiz ‘Fino’ (saxo)–, ayudado por las percusiones cálidas de Gerard ‘Chalart 58’, nos hicieron soñar con la Euskadi Tropical en este tiempo invernal mecido al ritmo de postales sonoras eternamente estivales como las de Kolore bizia, Dub Manifest, con el futbolista Asier Villalibre a la trompeta, o Euskal Herri Jamaika Clash, del periodo en solitario de Fermin.
Echamos en falta Beti izango dugu Bilbao, ciudad a la que también podría haber cantado con Bere–Bar, pero aunque la capital vizcaina no sea Casablanca, demostró que siempre estará ahí, a fuego, con el mediano de los Muguruza, que le cantó a la resistencia ante el fascismo, al liberalismo feroz, la represión, el racismo y la xenofobia, y abogó, con el puño en alto y el coro unánime de sus fieles brigadistas, siempre presentes, al poder popular, el euskera, la fiesta, la esperanza y el respeto a los derechos individuales y a los colectivos de pueblos como el kurdo o el palestino, además del propio.
Casi tres horas después, cerca de medianoche, tras los acertados bertsos de Jon Maia sobre sus canciones, y con un bis hedonista y bailongo que incluyó, además de la cándida interpretación de La Internacional y el Eusko Gudariak, el inevitable Sarri, Sarri, frenético y coreado por la peña y la actriz Itziar Ituño, un Errespetua en recuerdo a Aretha Flankin y El último ska de Manolo el Rastamán, que lo hizo pasar muy bien a un respetable que convirtió el frente del escenario en un combate de pogo y patadas skatalíticas al aire.
Casi a medianoche, después de Hator, hator, salimos a la calle, esa que ya no es tan gris como en los 80 y 90, y donde las barricadas, el fuego y las balas son ya, felizmente, metafóricas. Y, como la vida es corta, como cantaba Fermin con Iñigo, anoche sustituido por Libe en Bizitza zein laburra den, hay que aprovecharla. Así lo volverá a hacer Fermín en Miribilla este sábado, nuevamente con las entradas agotadas, para encarar, fibroso, alegre y combativo, la gira mundial que le acerca otra vez a la línea del frente con 30 adoquines–canciones prestas a ser lanzadas sin misericordia.
Fotos del concierto de Fermin Muguruza en Bilbao MARKEL FERNÁNDEZ
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