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La noticia de la muerte de Íñigo Muguruza se estampó ayer como una hostia inesperada en miembros de varias generaciones que han cantado en euskera, aún sin entenderlo, canciones de Kortatu, Negu Gorriak, Joxe Ripiau o Sagarroi. El músico había hecho público en 2015 que sufría esclerosis múltiple.
Quien esto escribe fue de los que se quedaron noqueados toda la tarde. Es curioso el poder evocador de la música y cómo algunas voces, o bajos, o guitarras, pueden pinzarte los pliegues de la biografía. Tenía en la carpeta de pendientes los apuntes de una noticia breve que en algún momento, cuando sacara tiempo para ella, iba a publicar. La escribí en mi cabeza ayer pero me pareció prudente velar la memoria de Íñigo fronteras afuera del trending topic y recordar al día siguiente lo que aquellos ritmos de Euskadi pasados por Kingston y la Inglaterra tatcheriana tuvieron de banda sonora de la juventud rabiosa y politizada de, al menos, una generación y media.
El 7 de junio de 1986 unos 400 jóvenes esperaban a las puertas del Campo del Gas (calle Gasómetro, en Arganzuela) para asistir al concierto de Kortatu junto a los grupos madrilelos TdeK y Commando 9 mm (en el que tocaba el bajo Manolo UVI, bien conocido en las calles de Malasaña). Contaban los hechos miembros de esas bandas en el documental de Dávid Álvarez García Lo que hicimos fue secreto y se puede rastrear en la hemeroteca del periódico El País.
En realidad, el concierto había sido suspendido unas horas antes por el Delegado del Gobierno en Madrid y un importante contingente policial intentó desalojar a la multitud… lo que desencadenó altercados callejeros en la zona de la Ronda de Toledo, que se reproducirían sobre las dos de la mañana en la malasañera calle de Velarde y en los aledaños de la Plaza del Dos de Mayo. La policía se empleó bien con la porra, la gente se refugió dentro de los coches y “hasta los serenos se sumaron a la fiesta”, según contaba en el mencionado documental Pollo, de Commando 9 mm.
Aunque las razones esgrimidas para la suspensión fueron de seguridad, el concierto estaba anunciado hacía tiempo y también se había prohibido la actuación en otra ocasión cercana, en un local de Fuenlabrada. No se iba a permitir a los Kortatu tocar en Madrid, en lo que suponía un anticipo de los vetos que también sufriría en la capital el siguiente grupo de los hermanos Muguruza, Negu Gorriak.
A principios de 1986 había salido el maxi single que incluía la canción A la calle, con aquel estribillo tan premonitorio, He visto las calles ardiendo otra vez, y estaba a punto el que, probablemente, sea el disco más celebrado de Kortatu, El estado de las cosas.
Malasaña era entonces el barrio rockero de Madrid –con permiso de Vallecas– y, aunque en muchos garitos se llevara más el acento inglés, siempre hubo muchachos y muchachas con parcas, caminando con contoneo nervioso de ir escuchando Kortatu primero y, luego, Negu Gorriak. En no pocas ocasiones, Íñigo desgañitándose en las voces de Mierda de ciudad debió sonar en la cabeza de algún protagonista de las noches de vidrio y fuego malasañeras.
Ya en los noventa, encontramos la conexión Malasaña-Irún a través de Def Con Dos, banda fraguada en el barrio que compartía con los Muguruza inusuales maneras de acercarse a Public Enemy, y que dieron uno de sus primeros conciertos importantes en Euskadi por mediación de los Muguruza. La relación de los hermanos con el barrio continúa con el concierto de Fermín en el Patio Maravillas de la calle del Acuerdo en febrero de 2009.
Hay maneras diferentes de acercarse al recuerdo de Íñigo Muguruza desde aquí. Una de ellas es escuchar vibrar en el pecho el bajo de A la calle y recordar que, para mal y para bien, estas calles contuvieron conflicto; otra, bailar lo que nos deje nuestra cintura europea ritmos centroamericanos y, quizá hoy, mecerse en la belleza de Bizitza triste eta ederra (una vida triste y hermosa), acompañados de su voz y el acordeón de su hermano Jabier.
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